Una de las mejores cosas que le puede pasar a una persona
es volver a nacer. Enterarse de que alguien o algo quiso entregarle otra
oportunidad para rehacer su vida y corregir errores del pasado. Nadie sabe la
razón, habiendo tantos seres vivos que la necesitan más que uno mismo, o al
menos eso pienso yo. Claro, cuando uno ya es un débil anciano se arrepiente de
todo.
Me llamo Bernard Ramsay y mi historia se remonta cincuenta
años atrás. Cincuenta y tres, para ser más exacto. Me uní al ejército engañado
como tantos otros jóvenes por la absurda publicidad de un camión que pasaba,
prometiéndonos recorrer el mundo y proteger a la nación cumpliendo actos
heroicos y otras cosas que nunca se cumplirían. En ese momento pensaba que
podía pasar de malo, nada. Enseñarte a usar un arma, hacer ejercicios y que te
paguen por eso. Cazaba pájaros con mi padre, por lo tanto sabía usar un rifle.
Nada podía salir mal.
Me enlisté en el servicio británico de comunicaciones.
Ese aparato me causaba curiosidad. Todavía no podía pensar como se podía
mantener una conversación en directo con una persona ubicada a cientos de
kilómetros de distancia. La tecnología hacía maravillas.
Todo marchaba excelente. Mi vida era tranquila, como la de toda mi compañía. Enviar mensajes,
transcribirlos, enviarlos nuevamente. Cualquiera podía adaptarse a esa aburrida
rutina. Sí, mi vida era muy tranquila, hasta que el Reino Unido ingresó a la
guerra y tiempo después, algún genio tuvo la original idea de enviarnos a una
Europa en llamas con soldados de otras nacionalidades.
Años después, me encontraba en un avión rodeado de
desconocidos volando sobre Normandía, aquel 6 de junio de 1944.
El cielo nocturno se iluminó con el estallido de cientos
de bombas antiaéreas, causando violentos temblores en el interior de aquel
avión.
El capitán me gritaba, ordenando que cuide aquella
valiosa radio que permitiría comunicarnos en tierra. Teóricamente.
Respondí a la orden directa de mi superior ajustando los
nudos que ataban la pesada radio que colgaba de mi espalda. Tragué saliva. La
gran montaña de nervios amenazaba con salir de mi interior, abriendo la
compuerta y escapándose. No estaba preparado para la guerra, no importaba la
cantidad de entrenamiento que había recibido, no servía de nada a diez mil
metros de altura.
Observé a varios de mis compañeros de equipo. La gran
mayoría estaban igual. Impacientes, con fusil en mano y ojos cerrados. ¿A
cuántos de ellos volvería a ver allá abajo?
El avión tembló nuevamente, en el mismo momento en el que
una luz verde se encendió al lado de la compuerta.
Me levanté, ajusté y verifiqué mi paracaídas, cuando todo
pasó.
Un gran estruendo me dejó sordo, a la vez de que una
fuerza me lanzaba al suelo metálico del avión. Trate de ponerme de pie, pero un
cuerpo me lo impedía. Era el capitán, observándome con una expresión vacía en
el rostro, sin vida. Miré a mi alrededor y lo que ví me dejo paralizado.
La parte trasera del avión había desaparecido, así como
la puerta de salida y todos mis compañeros. Donde tenía que estar la cola, había
fuego. Sacando fuerzas de la nada, aparte el cadáver de mi superior y me
levante de un salto. Empecé a revisar inconscientemente el paracaídas, notando
que el avión iba balanceándose hacia atrás, invitándome a saltar al vacío.
Salté.
Empecé a caer, ganando velocidad y forzando
desesperadamente el paracaídas. Ese pedazo de tela si me hizo pasar unos
segundos para el olvido. Parecía que tenía una gran moto en mi oído, producto
de la caída a gran velocidad. Momentos después, el paracaídas se abrió, aligerando
un poco el aterrizaje. Dije un poco, ya que se abrió tarde, apoyando todo el
peso sobre mi tobillo derecho, fracturándolo.
El dolor me impedía pensar. Había perdido todo, el
equipaje, el arma. Lo único que me quedaba era la radio, que milagrosamente
estaba encendida y funcionando. Ese pedazo de metal me fue fiel durante los
siguientes tres días en el que estuve bajo aquel arbusto y permitió que me
rescataran y me pusieran a salvo. Sinceramente, el arbusto también me salvó de
las patrullas alemanas que se retiraban terreno adentro.
Esa noche podría haber muerto. No sé porque no sucedió.
Haber sido el único sobreviviente de aquel avión no me enorgullece. Pero opino
que toda persona tiene su propio destino, y nadie puede escapar de él.
Espero que estén en un mejor lugar, porque yo pronto los visitaré.