viernes, 9 de agosto de 2013

EL PODER DECIR ADIÓS

Segunda parte




-¿Estás perdido?

Una  grave voz rodeó a Damián, que pegó un salto de la sorpresa y se dio vuelta. Detrás de él había un hombre alto, cubierto con una capa, tan oscura como la capucha. Damián no podía distinguir el color de la ropa, que parecía cambiar de tonalidad según el movimiento que hacía el hombre. Debajo de la capucha salían mechones oscuros, mezclados en algunas partes por pelo blanco. Su larga barba le cubría la boca y era de igual color que su pelo. Sus ojos tenían un color café, y despedían una mirada profunda, decidida y hostil, nada parecida a su cuerpo que parecía golpeado y debilitado por los incontables años que parecía tener. Por último, un bastón simple, de madera y más alto que él dominaba su mano derecha.

-No… No. Estoy buscando a mi esposa –respondió Damián, todavía observando los pedazos de material en el medio del circulo-. ¿Qué pasó ahí?

-Nada importante, descuidos de las personas. Pasa con frecuencia –explicó el hombre, con la mirada perdida entre las partes deformadas de metal-. Hace unos momentos pasó una mujer caminando por éste lugar. Se fue en esa dirección.

El hombre señaló hacia el lado contrario de la colina, por lo que Damián le dio las gracias y apuró el paso. Caminó a ciegas durante unos momentos, cuando aquella risa le llegó a sus oídos. Contento, se dirigió hacia esa dirección hasta que el campo de trigo terminó.Una pequeña llanura se extendía ante él. Aunque carecía de luz alguna, podía divisar un gran arco al otro lado de la llanura. Cerca del arco podía verla, parada de espaldas a él, quieta y con la cabeza gacha.

Se acercó lentamente, cruzándole una mano por la cintura, y viendo su rostro, se sorprendió notar que unas relucientes lagrimas empezaban a correr por su mejilla.

-Estuve buscándote –dijo Damián

-Lo sé –se limitó a decir Florencia, mirando detenidamente hacia el gran arco que se presentaba delante de ellos. Se dio vuelta y sin poder contener las lágrimas, agarró su cara con las dos manos y le dio un largo beso, mirándolo a los ojos.

-Prometeme que no vas a olvidarme –le dijo, separándolo pero todavía con su vista clavada en la de su esposo-. Necesito saberlo, por favor.

-Mi amor –susurró Damián, tratando de no largarse a llorar aún sabiendo que no había causa para ello-. Lo sabes, sabes que nunca haría eso. Sos mi esposa, y sabes que lo que siento 
por vos nada ni nadie puede terminarlo. Te amo y siempre voy a hacerlo.

Sin poder controlarse, las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos. Estaban frías, pero no le importaba. No quería quitar la mirada de su esposa, no quería volver a perderla de nuevo.
Florencia seguía mirándolo detenidamente y aunque todavía tenía lágrimas corriendo por la cara, le sonrió, le puso un dedo en la boca y se dio vuelta, dirigiéndose hacia el gran arco, que en ese momento empezó a brillar.

Damián, perdido en la situación, quiso seguirla, y al dar el primer paso una mano fuerte y arrugada lo agarró del hombro izquierdo, y un susurro llegó a su oído.

-No podés, sabés que no podés. Todavía no es tu momento, Damián.

El llanto ganó y las lágrimas rebosaron los ojos de Damián, que se arrodilló en el pasto todavía viendo a su esposa alejarse sin mirar atrás, riendo y al parecer bailando. El clima pareció acompañarlo, ya que unas gruesas y frías gotas empezaron a caer del cielo, silenciosas, como respetando el saludo de despedida entre las dos personas, el último saludo.

-Vamos, el camino que tenés que recorrer es otro.

El hombre ayudó a Damián a levantarse, acompañándolo de vuelta hacia el campo de trigo, con su capa cubriendo su cuerpo y el bastón separando cuidadosamente los tallos que interrumpían su camino.

-¿Por qué? –pregunto Damián, secándose las lagrimas de los ojos.

-El porque lo sabe cada uno, las respuestas se presentan solas –explicó el hombre caminando silenciosamente, con las gotas chocando sobre su capa oscura -. Lo bueno es que aprovechaste ésta oportunidad. No todos lo hacen.

Sin explicarse, el hombre se detuvo. Damián se sorprendió al ver que habían llegado al círculo donde estaban todas las partes de materiales esparcidas por todo el radio. Miró al hombre, que bajó la cabeza y susurró:

-Adiós, Damián.

Levanto el bastón y lo empujó hacia el medio del círculo.

Damián sintió que una fuerza en el pecho lo empujaba hacia atrás. Cayó, pero el piso lleno de ceniza no pareció llegar nunca. Cerró los ojos esperando la caída, pero lo que llegó fueron imágenes.

Una calle que se extendía hasta donde no llegaba la vista, atravesando un campo lleno de trigales. Un automóvil yendo a toda velocidad sobre una calle con dos personas discutiendo dentro. Podía escuchar las voces elevándose por sobre la música de fondo. La imagen se acercó, y para su sorpresa, descubrió que era él el que conducía y Florencia a su lado. Discutían, discutían sobre diferentes temas sin oír al otro. De un momento para otro, un ganado salió de la nada, atravesando la carretera lentamente sin prestar atención al automóvil que se acercaba más y más. Damián quiso gritar, pero no pudo, quiso advertir a su otro yo y a su esposa sobre el ganado, pero no pudo. Pudo ver como el auto advirtió al ganado en el último segundo. Ese segundo no fue suficiente para que la parte izquierda del automóvil no colisionara con el ganado, perdiendo la estabilidad y precipitándose hacia el campo de trigo desprendiendo pedazos de diferentes materiales y dando interminables vueltas, hasta que todo terminó, dejando por un momento que el silencio dominara el panorama, hasta que el sonido y la luz del fuego ganó.

Damián sintió nuevamente el dolor en la pierna, tan intenso, que abrió los ojos. Veía borroso, no sabía dónde estaba. Sabía que estaba acostado en una cama, sin poder 
moverse, y lleno de cables. Escuchaba dos voces cerca de él, y haciendo un esfuerzo, pudo divisar a tres personas.

-Hicimos lo que pudimos con su padre, pero no conseguimos salvarle la pierna. El golpe fue demasiado fuerte. No tendría que decir esto, pero tuvo suerte de que saliera despedido durante el choque. Igual, lo que me preocupa es su cabeza, puede que el golpe haya afectado ciertas zonas de la memoria. Los análisis dicen eso, pero no podemos estimar la magnitud del golpe hasta que se despierte. Mi ayudante se quedará con usted para que pueda responderle algunas dudas, voy a volver cuando termine con otros pacientes. Igual, le recomiendo que lo deje descansar, como a usted.

-Gracias doctor, lo entiendo. Cualquier cambio en mi padre, se lo haré saber.

-Acerca de su madre. Todo el equipo médico queremos decirle que hicimos lo posible.

-Lo sé, doctor. Seré la responsable de explicarle a mi padre cuando se despierte.

Las dos personas desaparecieron, excepto la última vestida de blanco, que acomodó sus mantas, y también se retiró.

Damián logró abrir los ojos con esfuerzo. Todo le parecía extraño, las mantas, la sala, los aparatos que lo rodeaban, y también el por qué estaba ahí. Sentía dolor, pero no recordaba la causa. No sabía quiénes eran los que estaban hablando cerca de él, lamentaba la situación de los padres de la mujer. Pero tenía que averiguar qué pasaba, una vez que se recuperara.
Paseando la vista por el cuarto, posó su mirada en una pequeña cesta de mimbre barnizado sobre una silla. La observó por un momento y sonrió lentamente. Podía olvidar cualquier cosa, pero nunca se olvidaría de la dueña de esa cesta, ni a la mujer que lo había hecho feliz durante toda su vida.

-Voy a volver a verte –se dijo a sí mismo -. Tarde o temprano voy a volver con vos.

Y diciendo esto, se acomodó en su cama de mantas blancas, y se durmió.


Fin.



Pequeña historia que escribí, así que espero que les guste y bueno, acepto críticas de todos los gustos para poder mejorar para el futuro :).


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