miércoles, 28 de enero de 2015

Decisiones

El timbre del teléfono lo despertó, devolviéndolo a la sucia cama entre aquellas cuatro paredes de su departamento. No se levantó, con la esperanza de volver a conciliar aquel hermoso sueño en el que la abrazaba. Sabía que era un sueño, que no era real, que ella había partido y que nunca más iba a volver.

Él era el responsable de sus propias decisiones y de las de ella. ¿Por qué había pasado eso? ¿En qué momento había tirado todo por la borda, solamente por placer?
Sabía las respuestas, pero no quería aceptarlas.

El teléfono seguía sonando, ayudando a que su cabeza diera aún más vueltas. Se levantó, empujando con su pie una botella a medio llenar y desparramando el líquido por todo el suelo, empapando las prendas olvidadas la noche anterior. Maldijo, agarró la botella y la tiró al otro lado del departamento. Recogió la camisa y el sombrero con aroma a alcohol y cruzó el cuarto, desconectando el teléfono y devolviendo al entorno su silencio y tranquilidad original.

Quería dormir, acostarse y no despertarse jamás. Su vida no tenía sentido. Sus amigos y su trabajo, todos temas del pasado. Cosas que en ese momento carecían de importancia. Ni siquiera esa noche tenía sentido. ¿Cómo podía ser tan desgraciado? probablemente era un sueño, un horrible sueño del cual se despertaría y vería a su familia desayunando, como tenía que ser, como mandaba la vida. Al carajo esas frases que conocía todo el mundo, “Escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo”. ¿Quién había inventado eso? Había hecho las tres cosas y su vida era tan desdichada como la de cualquiera.

Nadie lo quería, bah, su familia lo quería. Eso, lo quería. Pasado. Ellos no lo entendían. No lo aceptaban, nunca lo aceptarían. El no tenía la culpa, su vida no había sido tan afortunada como la de otros. Todo el mundo tiene sus propios defectos y nadie se queja.

Solo se quejan de los de él. Ellos son los culpables de todo.

Sonrió. Ese, prácticamente, fue el mejor de sus pensamientos en toda la noche. Había que brindar.
Caminó hacia un rincón del cuarto, abriendo unas bolsas llenas de bebidas alcohólicas y agarró una. No sabía lo que era, pero su forma lo tranquilizaba. La jaqueca había vuelto, aún más fuerte que antes. No le importaba, lo único que quería era olvidar aquellos viejos recuerdos que asaltaban su mente. Recuerdos del pasado, recuerdos que ya no necesitaba, que quería eliminar.

Abrió la botella y bebió un largo sorbo.

El líquido ardiente se abrió paso por su garganta, despertando sus sentidos y forzándolo sonreír. Todo lo que necesitaba era eso. Nadie podía quitárselo. El alcohol era la solución a todos sus problemas y no iba a permitir que nadie le dijera lo contrario.

En su locura, agarró un pequeño banco y lo lanzó contra el ventanal del balcón, quebrando y desparramando el cristal por el suelo. Caminó en dirección al balcón, dando tumbos y esquivando los cristales rotos esparcidos sobre el suelo, se apoyó en la baranda y le dio otro sorbo a la botella.

Pensar que todos lo habían abandonado por esa cualidad. El alcohol lo mantenía feliz, ¿Qué acaso nadie lo entendía?
La vida es una Jaula –pensó. –La vida de todos es una jaula y nadie tiene la llave. Yo sí.

Lanzando una carcajada al aire llevándose la botella a la boca, pero estaba vacía. Maldiciendo, se volvió para agarrar otra, pisando los cristales con los pies descalzos.

Lanzo un grito de dolor y retrocedió, chocando contra la baranda del balcón y perdiendo el equilibrio. 
Quiso sostenerse de algo pero con la vista nublada por el alcohol no pudo, pasando por encima de la baranda. La botella de alcohol que todavía aferraba en su mano derecha se trabó entre el balcón y la baranda, impidiendo que cayera pero quedando colgado a ocho pisos por encima del suelo.

Estando colgado y mirando detenidamente la botella, sonrió. La única cosa que amaba en ese mundo lo había salvado de una muerte segura. Ahora nadie podía decirle que la deje. Nunca iba a hacerlo.

Pero su único amor lo traicionó.

La botella se rompió en su mano, dejándolo caer sin nada
que pudiera salvarlo. Y con su último segundo de vida, dándose cuenta de lo que había hecho, una sola palabra en forma de pensamiento cruzó su cabeza.

Perdón.

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